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EL BESO DE JUDAS
(Judas Kiss)

Estados Unidos, 1998


Dirigida por Sebastián Gutiérrez, con Carla Gugino, Gil Bellows, Simon Baker, Alan Rickman, Emma Thompson, Til Schweiger.



Vuelven los policiales clásicos... de esos que veíamos en "Sábados de superacción": Un grupo de jóvenes criminales encabezado por una belleza infartante y un dúo de viejos policías cruzan sus destinos de manera inesperada. Un par de escenas de erotismo hacen el resto.

Los jóvenes criminales están cansados de extorsionar a empresarios gordos que traicionan a sus esposas, y deciden pasar al más redituable negocio del secuestro. Su blanco es el millonario de las computadoras Ben Dyson (Greg Wise). Y todo sale razonablemente bien... hasta que una mujer que bajó por la escalera en vez de tomar el ascensor los pesca con las manos en la masa. La hermosa capitana de la banda, Coco Chávez (Carla Gugino, a quien tal vez recuerden como la testigo de Ojos de serpiente), no lo duda: dispara su arma –nunca antes usada– contra la mujer. Ya no quedan testigos.

Esa mujer era nada menos que la esposa del influyente Senador Rupert Hornbeck (el célebre Hal Holbrook). Así que ahora nuestros jóvenes tienen a toda la policía estadounidense persiguiéndolos. Dos detectives con muchos años de profesión han sido puestos a resolver el asunto: Sandie Hawkins (Emma Thompson) y David Friedman (Alan Rickman, malo en Duro de matar y Robin Hood, el príncipe de los ladrones).

Contar más sería atacar a un género ya bastante golpeado: El beso de Judas quiere parecerse a los policiales clásicos tanto como aquellos títulos que años atrás veíamos en las tardes de la televisión sabatina. Sebastián Gutiérrez, director latino y debutante, buscó homenajear (o quizá meramente conformar) al Hollywood que por fin le hizo un lugarcito. ¿Resultado? Un film que de a ratos se ríe de las convenciones, por momentos se agarra de ellas para mantenerse a flote, y en muchas escenas naufraga sin remedio. El espectador medio agradecerá esta hora y media de "inofensiva diversión" con su pareja, mientras su auto descansa en el subsuelo del mall y un combo tibio lo espera en el patio de comidas.

Máximo Eseverri