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AY, JUANCITO

Argentina, 2004


Dirigida por Héctor Olivera, con Adrián Navarro, Ines Estévez, Leticia Bredice, Jorge Marrale, Laura Novoa, Norma Aleandro, Alejandro Awada.



Los primeros acordes de la “Marcha de la Revolución Libertadora” acompañan la exhibición de la cabeza cercenada, con un agujero de bala en la sien, de ese personaje turbio y marginal que fue Juan Duarte, el hermano de Evita y secretario del presidente Perón. Esta obertura anuncia toda la parafernalia del kitsch peronista que va a desplegarse después.

En su última épica del peronismo, Héctor Olivera presenta el apogeo del cuñado del general Juan Perón –coincidente con la etapa más triunfadora de su gobierno– y su implacable y calamitosa caída tras la muerte de su hermana y protectora, cuando sale a la luz su participación en ciertos negociados ilegales con la carne y el presidente le retira su apoyo. La carne es lo que perdió a Juancito, portador de una bragueta incontinente que lo supo vincular íntimamente con dos actrices rutilantes, además de una legión de jovencitas que sabían que el camino hacia la fama pasaba por la cama de Juan Duarte, arquetipo del aventurero porteño.

La película estimula la reflexión acerca del modelo cultural que fundó el peronismo, establecido durante las primeras presidencias de Perón y replicado y actualizado durante las recientes de Carlos Menem. El mismo Olivera ha declarado que Juan Duarte tuvo su réplica en María Julia Alsogaray, y ha puesto el énfasis en el modelo del político corrupto que cree gozar de completa y eterna impunidad gracias a su familiaridad con las más altas figuras del poder. Aunque las similitudes entre ambos regímenes son múltiples, en este caso está bien desarrollado el modelo de la cultura del espectáculo que impuso el primer peronismo y que fuera reciclado por la farándula del menemato. Modelo que, por otra parte, impregna nuestra política cultural actual, ya que estableció costumbres muy arraigadas y que costaría mucho transformar (si es que hubiera hoy un proyecto político que pretendiera intentarlo).

Por el lado cinematográfico, resulta muy difícil la representación del peronismo. Olivera, que ha abordado varias veces la historia argentina (en La Patagonia rebelde, No habrá más penas ni olvido, La noche de los lápices y El caso María Soledad), se lamenta porque el primer período peronista es un tema poco abordado por el cine. Es muy difícil la representación de los mitos, y si hay dudas al respecto, basta con consultar los films de Eduardo Mignogna, Juan Carlos Desanzo o Alan Parker. ¿Cómo trasponer a Perón y Evita? No tengo la respuesta, pero sí sé que no se logra por la vía de actores muy conocidos, porque éstos nunca han de resultar creíbles. ¿Cómo acceder al verosímil de un Perón interpretado –muy sobriamente– por Jorge Marrale, portador de una nariz que va virando de color según pasan los planos? ¿O a la Evita de Laura Novoa, estereotipada en lo putañera? En cambio Adrián Navarro resulta el actor más creíble, tal vez porque para el personaje de Juancito sí se realizó un buen casting, o tal vez porque no recordamos tan vívidamente la figura de ese personaje real que actuó más en las sombras de la historia.

De todas maneras, la narración tiene un importante punto de apoyo en las aventuras erótico-sexuales del protagonista, sobre todo con sus dos amantes que representan a las dos Argentinas enfrentadas: la aristocrática y estable (Inés Estévez encarna a una posible Elina Colomer), y la oportunista y triunfadora (de la sobreactuación de Leticia Bredice como Fanny Navarro mejor no hablar). Y en cuanto al discutido final de Juan Duarte, la película dice su palabra.

Esta era una buena oportunidad para trazar un cuadro del peronismo a través de un personaje muy atractivo. Lo más notable es que el guión de Olivera y José Pablo Feinmann dio como resultado una película gorila, que no oculta el aspecto fascista y corrupto del régimen, ni sus arbitrariedades en el uso indiscriminado del poder. La recreación de época es el mayor logro del film, bien realizada, tanto en lo visual (vestuario, decorados y ambiente recrean el kitsch del peronismo) como en lo moral, con algunas licencias lingüísticas. Aunque el film parece tan encapsulado en sus planteamientos estéticos como lo estaba la cultura peronista.

Las únicas imágenes documentales de la época –las del entierro de Evita, ni más ni menos– son lo más fuerte e impactante de todo el film, que al lado de ellas pierde consistencia. Y el peronismo sigue esperando su película.

Josefina Sartora      

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