| La nueva entrega de Star Wars es el cuarto capítulo pero el primer episodio de la
    saga. Una saga en la que nunca ha sido fácil distinguir a la obra del producto. Al
    impulso creativo del instinto puramente comercial. A las películas, es decir al cine,
    del fenómeno socio-económico y cultural. La filmografía de George Lucas siempre
    conjugó a todos y cada uno de estos componentes. Las que variaron son las proporciones.
    Pienso en los rasgos que precedieron a este cuarto film dedicado a rastrear la génesis de
    la odisea de Luke Skywalker. Me acuerdo de las graciosas y tiernas criaturas que desde las
    mismísimas antípodas del espacio-tiempo terrestre venían a postular, más vigorosamente
    que nunca, la idea de que la condición humana es esencialmente universal. Revivo la
    presencia cabal, entrañable, de ese trío de baby-faces Leia, Han,
    Luke que surcaban el cosmos con la pasión de los justos, y el coraje de los niños,
    para imponer el Bien.
 Y siento que La guerra de las
    galaxias ya cumplió su ciclo. Fue una conmovedora reivindicación de lo humano, en un
    lugar, un tiempo. Estamos hablando del planeta Tierra, a fines de los setenta y principios
    de los ochenta. Una inmejorable oda, en todo caso, anclada en ciertas caras que se
    han ido para siempre, especialmente las de aquellos tres, y en una ingenuidad del
    público, y del mundo, que ha sido brutalmente menoscabada, o por lo menos trastocada, en
    las últimas dos décadas. Por cierto que el relanzamiento de la trilogia (la
    "Edición especial") hace un par de años tuvo otro sentido aparte del
    comercial: el del homenaje, el de aproximar un clásico a las nuevas generaciones y
    refundarlo o no ante las veteranas. Pero seguir, ¿era posible?
    ¿Tenía sentido revivir la historia sin reformularla? ¿Y era posible reformularla sin
    convertirla decididamente en otra historia? Seguramente Lucas se respondió que no.
    Pero decidió que sí y lo hizo. Hizo de todo un poco, como de costumbre, aunque más que
    de costumbre. Necesitaba ir mucho más atrás en el tiempo (ya que precisa aire para el
    segundo y tercer episodio que todavía no filmó) y tenía decididamente en contra una
    certeza a la que ningún otro director se había asomado: el público conoce el final
    antes de comenzada la película. Lucas fue tan atrás que ni siquiera aparece Luke. Sí su
    padre, Anakin Skywalker (Jake Lloyd), un niñito rubio del planeta-desierto Tatooine,
    donde es esclavo y, a la vez, piloto de carrera de unos "kártings" voladores
    que consumen una secuencia larguísima, demasiado parecida a un videogame, a medio camino
    entre las carreras de cuádrigas a lo Ben-Hur y la excentricidad no así la
    gracia de Los autos locos. De allí lo rescatan el maestro Jedi Qui-Gon
    Jinn (Liam Neeson) y Obi-Wan Kenobi (Ewan McGregor), su discípulo, aprendiz o padawan.
    Con ellos, la variante más vulgar de las milenarias tradiciones orientales, es decir el
    esquema maestro-pequeño saltamontes, aterriza descaradamente en Star Wars. El punto de partida es audaz: la rapaz
    "Federación de Comercio" invade un planeta por motivos comerciales. O le manda
    las naves, como los imperios a las colonias o semicolonias de nuestro 
    mundo actual, con el fin de recaudar apenas disfrazado. La Federación 
    es nada menos que el embrión del Imperio que habrá de subcomandar Darth Vader. Los villanos desfilan
    en parejas de acuerdo con un viejo truco: sólo puede verse a uno, el discípulo, mientras
    se agita el fantasma de su maestro y mentor. Los aliens vuelven a perfilarse como el plato
    fuerte del show. Pero ya no es tan fuerte. Jar Jar Binks tiene la torpeza, la gracia y el
    andar despatarrado de los Gungan, progresivamente devaluados al cabo de la hora y
    media o casi que permanece en pantalla. C3-PO y "Arturito" se codean
    con los nuevos droides, que entretienen la vista... durante los primeros 20
    minutos. La reina Amidala es menos de lo mismo que la princesa 
    Leia. No es precisamente 
    novedoso lo que ofrece la cosmogonía Jedi: etéreas invocaciones a la Fuerza, 
    al Lado Oscuro y al Equilibrio que, se comenta, vendría a aportar Anakin al 
    bando de los legales. Neeson y McGregor lucen desganados, faltos de brújula. 
    Lucas también. Aunque en el campo financiero parece mejor orientado que 
    nunca. Guillermo Ravaschino
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