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ALGUIEN SABE DEMASIADO
(Mercury Rising)

Estados Unidos, 1998


Dirigida por Harold Becker, con Bruce Willis, Alec Baldwin, Miko Hughes, Kim Dickens.



La película de Harold Becker es el resultado de una suma muy abarcativa de los estudios Universal. La fórmula de Testigo en peligro está en la base de la operación, con ese chico que "sabe demasiado" y, de resultas, tiene a una peligrosa organización paragubernamental empeñada en darle muerte. Su incondicional aliado, Art Jeffries, proviene del FBI, aunque está en desgracia con los federales desde que encabezó un frustrado rescate de rehenes. El esquema de El fugitivo complementa al anterior, ya que los dos emprenden larga fuga, con los hombres de la NSA (National Security Agency, más temible que la CIA) pisándoles los talones. Pero ahí no termina la adición. Simon tiene nueve años y es autista. Vale decir aislado, introvertido, pero no idiota. Y la alianza entre el pequeño (Miko Hughes) y Art (Bruce Willis) fatigará las generales de una relación muy parecida a la que Dustin Hoffman y Tom Cruise sobrellevaban en Rainman. Lo que ha hecho Simon es descifrar por azar la clave Mercury, el flamante, inviolable código top secret de las fuerzas de seguridad estadounidenses.

El problema de Alguien sabe demasiado no proviene tanto de la suma de recetas, que todo el que ha visto dichas películas percibirá con evidencia, como de las enormes, fastidiosas concesiones que reclama el film del espectador. A esta altura del partido, es a todas luces imposible que un software de encriptación como la clave Mercury pueda costar 2000 millones. Más aun, que semejante código pueda ser desculado a pura intuición por un autista, como lo pretende la película en base a endebles explicaciones "científicas". El hecho es que la carrera de un tal Kudrow (Alec Baldwin), el capo de la NSA, depende del éxito de Mercury. Y entre gastar otros 2000 millones y eliminar al niño, éste ya hizo su elección. La dupla protagónica se apoya en recursos igualmente frágiles: Art llega al escenario de un crimen (el de los padres de Simon, en Chicago) y una única certeza –la de que se usó una pistola demasiado costosa para el status de la familia– le alcanza para reconstruir toda la situación. La increíble torpeza de los planes de Kudrow, y el hecho de que sea siempre el mismo matón el que marra los disparos, sepultan los últimos vestigios de coherencia respecto de la ultrapoderosa NSA. La pericia del realizador aflora en un par de buenos sustos que llegan cuando nadie los espera y, más raramente, en el montaje de las secuencias de acción.

Bruce Willis no está nada mal. Conoce de memoria este tipo de roles (no muy distantes del que ya desempeñó tres veces en Duro de matar) y sabe no tomárselos del todo en serio. Lo que comulga con unos pocos chistes que, de tanto en tanto, disimulan las inconsistencias del guión. Alec Baldwin también hizo muchas veces de villano, casi siempre tan acartonado y cursi como luce aquí. Miko Hughes hace lo que puede, naturalmente poco si se considera que un autista requiere una caracterización autista. Pero Harold Becker (City Hall, Prohibida obsesión) lo zarandea de lo lindo: Simon ahúlla como un perro cuando está a solas con Willis, pero se convierte en un cordero para posibilitar el escape cada vez que asoman los perseguidores. ¿Y cómo definir a Stacey, esa chica que se encuentra Willis –algo sucio, en camiseta, con la barba de tres días– en un bar y, de buenas a primeras, acepta convertirse en baby sitter ad honorem y refugiar a ambos en su casa? Tal vez como la muchacha perfecta para una película como esta.

Guillermo Ravaschino    

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